Ese intruso llamado estrés

Ese intruso llamado estrés

 

El pasado martes impartí un curso sobre gestión de estrés. Mientras esperaba en la sala, las personas iban llegando sedientas de una receta milagro. Algo mágico, eficaz y de efecto rápido que acabara con ese estado de tensión crónica que arrastran irremediablemente como si de su propia sombra se tratase.

Para huir de esta situación, algunas personas confían en la nicotina, la cafeína o el alcohol como aliados. Otras, practican deporte, pasean, escuchan música y quedan con amigos. Hay quien se refugia en su trabajo. Y también quien consume medicamentos habitualmente para acabar con ese dolor de espalda o esa molesta jaqueca ya diaria.

Algunas de estas estrategias son perjudiciales para nuestra salud. Otras, aunque saludables, no siempre están a nuestro alcance cuando más las necesitamos, puesto que se circunscriben a un lugar y momento del día muy concreto. Sin embargo, aunque nuestras formas de afrontar el estrés sean inadecuadas y/o limitadas, forman parte de nuestros hábitos de conducta.  Nos proporcionan cierta seguridad a la que no estamos dispuestos a renunciar tan fácilmente. De este modo, acabamos sucumbiendo al famoso “más vale malo conocido…”, una estrategia muy común que lejos de solucionar la situación, la empeora con el tiempo.

  • Entonces… ¿cuál es la solución?
  • Un primer paso puede ser que dediques unos minutos a observar, sin juicios, tus sensaciones corporales. Es importante que no fuerces ningún cambio. Sólo observa sin pretender llegar a ninguna parte.
  • Pero, ¿no TENGO QUE relajarme?
  • Estamos hasta arriba de obligaciones y quehaceres, ¿y pretendemos alejarnos de ese estado de tensión continua añadiendo más? Date permiso para empezar de nuevo sin tener en cuenta las normas de éxito y fracaso que ya manejan el resto de facetas de nuestra vida.

 

A estas alturas del curso, la incredulidad va in crecendo. Nuestra mente nos dice que “eso es una pérdida de tiempo”, que “la vida es así” y “es inevitable acumular tensión”. Y claro, creemos a pies juntillas todo lo que dicen nuestros pensamientos como si fuesen el fiel reflejo de la realidad y no pasaran por ningún filtro que los desvirtuara. Así, poco a poco, dejamos de atender a las señales que nos da nuestro propio cuerpo, las bloqueamos y seguimos viviendo de cuello para arriba. Es curioso lo preocupados que vivimos por el aspecto de nuestro cuerpo y lo desconectados que estamos de él al mismo tiempo.

Practicar este tipo de observación o toma de conciencia no implica que nunca más vayamos a sentirnos agobiados, saturados o amenazados. Pero está demostrado que la conciencia en las sensaciones corporales permite a las personas identificar con anterioridad los síntomas físicos, ayuda a conocer las causas que lo han generado y poner en marcha estrategias de afrontamiento más adecuadas y adaptadas a la situación, previniendo sus consecuencias.

Cuando la creencia social del “somos lo que hacemos” impera, resulta complicado asimilar que parar y observar pueda ser una solución eficaz para manejar el estrés y lograr bienestar.  Aún así, date esa oportunidad. Regálate ese instante. Aunque sea por un momento, para el “hacer” y practica el “ser”.

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